jueves, 1 de octubre de 2009

El dinero de los pobres

De Gregorio protagonizó una performance notable la semana pasada. Montó un espectaculillo céntrico, hizo un gracioso show en torno a una vulgar ida al lustrabotas.

Los zapatos los eligió la noche anterior para que valiera la pena mostrarlos por televisión.
A primera hora de la mañana salió encontrarse con la prensa. Caminaron juntos hasta Bombero Ossa con la misión de echar a circular simbólicamente la primera Gabriela, el nuevo billete lésbico de cinco lucas, plastificado, con transparencias, con zonas de tacto, con una poetiza rejuvenecida que oculta su acomplejada fealdad.

Llegados a destino, sonriente y canchero, De Gregorio se encaramó al piso de un lustrín, le puso encima el peso de su prestancia bancaria. Debajo, encuclillado a sus pies, el lustrador de zapatos, nervioso, risueño, con las cámaras que lo enfocaban desde arriba, tomó sus cepillos y se puso a echar betún. De Gregorio le explicó que le pagaría con el nuevo circulante, que sería el primer chileno en recibirlo.

Pero a hacer la pega primero, a sacarle brillo a los tamalgos mientras él hacía la propia dando cuñas desde su pintoresco sitial.


Luego vino el climax, le pasó el billete de Metrópoli y lo transformó mágicamente en real, le dio vida, le imprimió existencia y confianza pública.

El lustrabotas lo miró detenidamente en sus manos, lo puso a trasluz, y se mostró sorprendido y satisfecho. De Gregorio y la prensa captaron el momento
Pero la transacción no había finalizado aún. El cliente esperaba su vuelto.

La Gabriela vale diez veces el servicio del lustrabotas. El trabajador no tenía suficiente metálico, no a la mano, era muy temprano aún. Los cuatro clientes anteriores le habían pagado con sencillo. Ahora éste se lo llevaría todo.

De Gregorio le dijo, con tono suficiente, que se cobrara mil, que redondeara con confianza, al doble. Rápidamente un colega le pasó al lustrador las dos lucas que le faltaban. Y el prohombre, con su pequeña mano, capturó de vuelta cuatro mil que metió dentro de su billetera.


La performance giró entonces hacia el encuentro de dos mundos que comparten espacio mas no realidades. De Gregorio vive en otro cosmos monetario que el del lustrabotas. De Gregorio, queriendo hacer quizás un gesto simbólico de inclusión económica hacia el trabajador informal que ocupa la parte baja de la pirámide redistributiva, terminó poniendo de manifiesto el barranco que existe entre su pasar económico y el dinero de los pobres (1).

El lustrabotas y el colega se quedaron cruzando palabras y mirando el billete. Entonces les pertenecía a ambos y hasta que no se saldara la deuda. El lustrabotas lo puso a resguardo, todo el mundo le dijo que lo hiciera, no faltó quién quiso comprárselo en seis mil pesos. A medio día le pagó la deuda al colega y abrieron sus loncheras.

Al término de la jornada, después de ser noticia en su esquina de trabajo y en todo el país, volvió a casa con la Gabriela. Ya lo habían visto en televisión, le saltaban alrededor y le pedían que la mostrara.

Él la extendió con cuidado sobre la mesa del comedor mientras pensaba en donde la guardaría.
Le había costado cinco mil pesos: dos que le pagó al colega, dos que le pagó a De Gregorio, una lustrada gratis y una propina perdida. Y pensar que el precio de costo del polímero es inferior al de una de sus lustradas. Le valió, eso sí, ser famoso por un día, y ojalá por mucho tiempo.

A De Gregorio le valió una lustrada gratis y los flashes. Y cuatro lucas. No le costó nada porque era dinero de la función, bancaria y artística, ¿o fue a una caja a cambiar un billete de la vieja Gabriela? De Gregorio tiene buena fama, es pícaro y probo, eso no se pregunta. Quedará en los anales de la micro performance política.

Será recordado como un personaje cercano a la gente, que bajó a la calle a intercambiar palabras bajo las cámaras de televisión con un chileno cualquiera, con un anónimo del centro de la ciudad, a entregarle los primeros cinco mil pesos del Bicentenario, el primer billete de una nueva era, a proclamar la llegada del dinero para los que tienen poco.


Clap, clap.

(1) Jean François Laé y Numa Murard, “L'argent des pauvres”.





Por
Hilgo Larton

3 comentarios:

  1. ¿Cuando estrenen el de 20 lukas,van a ir a comprar una galleta a un ambulante? según dijieron iban a ir a un café céntrico, interesante la nota.

    ResponderEliminar
  2. weon cagao, la unica diferencia que va quedando entre la concerta y la derecha es el monto de la propina

    ResponderEliminar
  3. Muy agudo y bonito el relato, Hilgo Larton. Es como un cuento de esos con los que los buenos narradores nos ilustran en forma entretenida los azares y misterios de la política y la economía.

    ResponderEliminar

Creative Commons License
Citizen Almeida by Andrés Almeida is licensed under a Creative Commons Atribución-No Comercial-Sin Derivadas 2.0 Chile License.