sábado, 27 de junio de 2009

Cuentos de la manfinfla 3ª postulación







Reserva natural


Me habían nombrado inspector del colegio. No era un premio, eso está claro. Cuando tus colegas descansan es justamente cuando tu trabajo se vuelve más intenso. Sin contar con que no hay peligro más grande que las horas ociosas de decenas de adolescentes en un recinto grande, lleno de rincones y escondites.

Una tarde, justo después de almuerzo, con el sol dando de lleno por los patios, decidí revisar uno por uno aquellos sitios por donde era lo más normal encontrar alumnos fumando.

El caso es que, ya repasadas las aulas, decidí bajar a los sótanos a revisar los auditorios y salas de proyección. La primera puerta que da al sótano estaba abierta. Como un sabueso entré en silencio para detectar esas vocecillas malévolas y percibir el olor a tabaco o a marihuana. El silencio era total. Sólo se oían las lentas pisadas de mis zapatos.

Me fui asomando con sigilo por las ventanillas de las puertas, hasta que por una de ellas vi a tres alumnas de Tercero Medio, sentadas cada una sobre un pupitre, con los calzones en los tobillos y las piernas abiertas, cada una con su mano moviéndose en círculos por la entrepierna.

Estuve mirando durante un par de minutos. Sudaba mucho mientras pensaba que era natural que algo así pasara. Pensaba también que si entraba así de zopetón, el mal rato que les haría pasar no lo olvidarían nunca. Luego no sería capaz de denunciarlas a dirección.

Ciertamente, como inspector soy demasiado empático. Tanto así que, debo reconocerlo, de pie ahí mirando por la ventanilla estaba tan excitado que entrar a la sala con tamaña erección sería al fin y al cabo contraproducente. Pero aún había más.

Por mantenerme escondido mi perspectiva se restrigía sólo a una parte de la sala. Pronto caí en la tentación de mirar hacia la otra parte que no veía. Me agaché para pasar al otro lado de la ventanilla y cuando me asomé pude ver a dos jóvenes de Primero Medio con los pantalones abajo masajeándose el miembro.

Los cinco, los dos chicos y las tres chicas, sentados todos en distintos pupitres, se estimulaban mientras se miraban, formando un círculo de miradas cargadas de tensión, una red invisible pero evidente, una dinámica de contención del deseo, que a mí, ya mayor y con experiencia, no sólo me parecía sumamente extraña y pervertida, sino también sabia, casi perfecta, bellísima.

No hablaban. Emitían unos gemidos suaves. No se tocaban entre ellos más que con esos ojos encendidos y eso, durante los primeros minutos, para mí fue incomprensible. ¿Porqué los chicos no se abalanzaban sobre ellas como animales? ¿Porqué ellas no deseaban ser penetradas?

Esa tarde no intervine. Ni a la siguiente que encontré a los cinco formando el mismo cuadro exquisito. Con el sigilo con el que los vigilaba, luego me dirigía al baño de profesores a calmarme.

Pensé en proponerles mi protección a cambio de participar, pero sabía que eso acabaría con su espontaniedad, lo corrompería todo. Debía proteger esa naturaleza salvaje, como quien declara reserva natural un paraje poblado de especies exóticas.

Me mantuve como inspector durante un año más, no sin hundir maquiavélicamente otras candidaturas. No desperté sospecha alguna. Gracias a mi pronta jubilación mis colegas sólo sentían compasión y cierta envidia.

Cuando me encontraba a los cinco en el patio, volvían a ser los niños y niñas, los alumnos que durante tantos años he visto crecer. Cuando los espiaba en sus rituales clandestinos, eran mis dioses, los guardianes y guardianas del deseo.

Tristán Nin [autor]

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Creative Commons License
Citizen Almeida by Andrés Almeida is licensed under a Creative Commons Atribución-No Comercial-Sin Derivadas 2.0 Chile License.