martes, 22 de septiembre de 2009

La cruz que cargamos



En 1997, el entonces diputado del PPD Jorge Schaulson impugnó la decisión del gobierno de Eduardo Frei de asignar varios cientos de millones de pesos de aquel entonces para financiar el Encuentro Iberoamericano de Jóvenes. El argumento del parlamentario era que la constitución de 1980 reitera la separación entre la iglesia y el Estado, establecida por la del 25, y que el dichoso encuentro juvenil era un evento de carácter indiscutiblemente católico. ¿Por qué debían financiar los agnósticos, los ateos, los judíos y los evangélicos (30% de la población chilena, según el censo de 2002) esta emotiva actividad proselitista de Roma? Recordemos que en aquel año la transición aún no se cerraba y Pinochet aún era un poder fáctico. El propio Schaulson recogió caña y el asunto se cerró sin mayores aspavientos, de manera tal que varios miles de jóvenes católicos de toda Iberoamérica se reunieron en Santiago, y lo pasaron regio a costa del fisco.

Doce años más tarde, y con toda el agua que ha corrido bajo el puente (incluyendo dos presidentes agnósticos) cabe preguntarse si las instituciones respetan su propio ordenamiento en materia de neutralidad religiosa.

En la rotonda Pérez Zujovic una vistosa cruz protege a los automovilistas del estrés. En Manquehue con Colón una suerte de monolito pardo recuerda, a quienes pasan a pie y lo han olvidado, la “Ley de Dios”. En Coquimbo un alcalde procesado por malversación erigió “la Cruz del Milenio”. Ahora nos enteramos que un nuevo atentado se perpetuará en nombre de Juan Pablo II. El propio decano recogió las opiniones contundentes de escultores, arquitectos y urbanistas contra la envergadura hollywoodense del mamarracho. Las críticas se centran, por cierto, únicamente en el mal gusto del proyecto de Cristián Boza, arquitecto oficial del piñerismo.


Religión de Estado

El economista Robert Barro argumentó en un paper que el mejor sistema de gestión de la religiosidad es el norteamericano, cuya constitución zanjó el tema en 1776. Las monedas y billetes declaran la fe de la nación en Dios y, al mismo tiempo, incluyen símbolos masónicos… Usando modelos econométricos y una aproximación ortodoxa- liberal inexpugnable al más fervoroso académico de la Universidad de Los Andes, Barro concluye que subsidiar una religión en desmedro de otras es hacerle un flaco favor. Los feligreses de una religión subsidiada (por ejemplo, la Iglesia de Inglaterra), caen en la apatía y el cinismo, mientras que los creyentes que disponen de un mercado libre de contenidos religiosos, como los Estados Unidos de Norteamérica, ejercen su fe con entusiasmo, tejiendo fuertes vínculos de pertenencia y apoyo entre todos los miembros de su comunidad. De hecho, en los condados con mayores indicadores de asistencia a servicios dominicales de signo indistinto (baptistas, metodistas y, sí, católicos), el desempleo suele ser menor.


Es probable que el modelo de Barro no le cause la menor gracia a la iglesia católica, que recibe de tarde en vez jugosos subsidios monetarios y simbólicos del Estado chileno.
Un hecho digno de destacar es la parquedad de las iglesias evangélicas en materia de pronunciamientos políticos. La sola demografía ha transformado a los evangélicos chilenos en un electorado insoslayable, al cual todos los candidatos cortejan. En cambio, cada pronunciamiento de la conferencia episcopal en materia de política contingente genera crispación y polémica. Cabe preguntarse si contribuyen a robustecer la asistencia de los católicos al servicio dominical, no ya a entregar el 1% de sus ingresos.

¿Cuál es el RUT de la iglesia católica? ¿Cuánto tributa? ¿Están sus compras de insumos afectas a IVA? ¿Pagan a su gente con boleta de honorarios y deben devolverles el 10% una vez al año? ¿Tienen AFP e Isapre los sacerdotes y las monjas? ¿O están en Fonasa? ¿Por qué hay tantas iglesias cerradas a piedra y lodo en todo Santiago? ¿Por qué no las abren? ¿Acaso no tiene la iglesia católica la capacidad de reciclar su patrimonio inmobiliario aunque sea a costa del Fondart?

Tiene razón monseñor Goic al recordar que a muchos chilenos no les molestó una iglesia politizada, cuando se trató de proteger a los perseguidos de la dictadura. Tenía razón la dictadura al criticar la politización de la iglesia chilena, mal que mal es la filial de un Estado con el cual tenía relaciones diplomáticas. Desde un punto de vista legal, la Vicaría bien podía ser catalogada de “intervención en los asuntos internos de Chile”, siguiendo la jerga de la infame DINA-COS.

Sin embargo, la defensa de los derechos humanos comenzó en 1974 con el comité Pro Paz, una iniciativa ecuménica, liderada por un pastor protestante Helmut Frenz al que rápidamente el régimen expulsó del país. Pronto quedó claro que pastores alemanes y rabinos argentinos poco podían hacer por proteger a un torturado, pues eran extranjeros y carecían de un Estado como el Vaticano que los protegiera. La defensa pragmática (y ética) de la dignidad humana quedó, entonces, en manos de la iglesia católica, y las monedas con el rostro del cardenal Silva Henríquez son lo menos que Chile le debe a un sujeto que contribuyó a salvar la dignidad de la república (laica) en su momento más oscuro. La masonería calló allí donde el Vaticano fue capaz de alzar una estructura funcional de abogados y médicos, de profesionales que lo dejaron todo por sus semejantes.

Sin embargo, no hay ninguna moneda de cien o de cincuenta pesos con un pastor protestante o con un rabino, pese al rol fundacional que desempeñaron en proteger a las víctimas de Contreras, Pinochet y Cia. Y lo más probable es que no les interese tenerla. Queda la sensación que rabinos y pastores saben distinguir, con más claridad que a sus hermanos católicos, lo que corresponde al César de lo que corresponde a Dios.







Por Carlos Tromben,
el Economista Marginal

2 comentarios:

  1. El sistema de gestión de la superchería en EE.UU tiene un problema serio: las iglesias y organizaciones religiosas no pagan impuestos y con ello el fisco se pierde de miles de millones de dólares en contribuciones que hoy se utilizan para construir “mega churches” (la última moda en el sur y el medio oeste del país: iglesias tamaño estadio con pantallas gigantes para atraer a miles de feligreses) y llenar de plata los bolsillos de fantoches evangélicos como los del Club 700 y otros aún más influyentes.

    Este “chipe libre” les da a los evangélicos un poder tan fuerte que en la práctica es irrelevante si el Estado se separó de la Iglesia, la sinagoga o la mezquita. La “Religious Right” levanta y destruye candidatos políticos (incluyendo a presidentes como Bush), atenta contra el currículum educacional en los distintos estados (intentando forzar a los colegios públicos a que enseñen “teorías alternativas” a la evolución o bien promoviendo iniciativas de “salud pública” para que los adolescentes lleguen vírgenes al matrimonio) e incluso es una influencia insoslayable en la política exterior del país (el apoyo irreflexivo a Israel y la hostilidad a los gobiernos islámicos se explica en gran medida por la superchería apocalíptica que promueven estos influyentes líderes evangélicos).

    Los efectos, incluso a nivel social, son devastadores. EE.UU es el único país desarrollado donde gran parte de su población no cree en la evolución y piensa que el calentamiento global es un fraude (a modo de contraste, el 70 por ciento de la población brasileña sí cree en el calentamiento global). Gran parte del poder rampante de estas sectas masivas se explica por la cantidad de dólares (y por ende poder) que manejan. Por mucho que puedan hacer bien a través de caridades y hogares de niños, preferiría que el Estado o incluso privados no religiosos se encargaran de administrar estos servicios. La iglesia podrá cumplir un rol subsidiario para fortalecer la red social, pero pienso que la caridad sería mucho más caritativa si no fuera de la mano de propaganda religiosa y mitología retrógrada.

    Siendo justos, la exención de impuestos para las organizaciones religiosas es un problema en casi todo Occidente, pero creo que si alguna vez queremos enfrentar el problema de la influencia indebida de la religión en asuntos de gobierno, podríamos partir por lo más básico: la forma en que estos cultos se financian sin pagar todos los impuestos que podrían. Sólo así se puede terminar con este Estado dentro del Estado capaz de desarticular políticas de salud gubernamentales e incluso proteger a sus miembros cuando cometen delitos (¿por qué metieron preso a Spiniak por pedófilo pero a ciertos curas que han abusado de menores les dan chipe libre y los trasladan a otros países a modo de “castigo”?). En fin, si las farmacias de homeopatía, las médiums y la gente que te tira las cartas del tarot tiene que boletear y hacer iniciación de actividades, ¿por qué las iglesias, sinagogas y demases no?

    Por último, discrepo de la noción que los evangélicos tengan más clara la película que los católicos. Si bien nunca me voy a oponer a la creación de nuevos feriados, me molesta profundamente que el Congreso haya aceptado regalarle un nuevo día libre a la religión de moda. Es lamentable que le concedan favores a una organización simplemente porque ha organizado a un número tal de feligreses que está en posición de comprarles el voto. Más rabia me da cuando son esos mismos parlamentarios y gobierno los que deciden postergar la reforma laboral que prometieron y usarla como chantaje para que los trabajadores voten por Frei en diciembre.

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  2. Para empezar, me declaro ateo… a Dios gracias. Así que debo confesar (nótese el uso de una jerga que a la legua es religiosa, pero que pasa camuflada como lenguaje popular) que me espeluzna hablar de la forma como la religión ha sido utilizada para justificar los más execrables crímenes y las conductas más torpes y pedestres de nuestra especie.

    Pero no puedo dejar de pensar que constituye un problema real con el cual hay que convivir. No me ha quedado otra alternativa que ser respetuoso y tolerante con quienes cree o dicen creer… siempre y cuando no invadan mi intimidad tratando inútilmente de “salvarme” o al menos hacerme cambiar de opinión en tantos escabrosos temas con que los creyentes suelen entrometerse.

    Pero dentro de esta actitud, busco también ser capaz de discriminar y percibir cuando la “gente de fe” está obrando de “buena o mala fe” (valga la redundancia) y en congruencia con su real convicción. Esto no significa tampoco quedarme contemplativo y comprensivo ante quienes matan en defensa de su fe o impávido ante quienes atacan a quienes por fruto de sus convicciones religiosas se la juegan por la justicia social o la eliminación de la pobreza.

    Y aquí viene el punto: en casi todas las religiones hay diferentes posiciones ante las cosas más terrenales con las cuales si me encuentro comprometido y ansioso y no hay como meter a todo penitente en un mismo saco. De la religión católica, por ejemplo, aborrezco su institucionalidad decrépita y retrógrada en el poder, pero al mismo tiempo aprecio a los curitas y monjas tránsfugas que con la teología de la liberación bajo el brazo se la jugaron por los perseguidos y desposeídos. Lo mismo puedo decir de otras religiones o sectas religiosas.

    ¿Corolario? Bueno, le religión, definitivamente, es un problema humano y tenemos que enfrentarlo tal cual aparece ante nuestra razón y sentidos. Como decimos los escépticos, puede que no se trate de cosas reales, pero vaya que sí son muy reales sus consecuencias. Y, para ponerme al tono, diría finalmente: “por sus obras los conoceréis”. Ahí esta el detalle. Veamos que es lo que hacen, lo que provocan, lo que suscitan y en lo que se empeñan. Solo así los podremos juzgar y según el caso apoyar o condenar.

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